“Por supuesto que no teníamos un espejo. Con espejos se podía uno cortar las venas de las muñeca. No nos los permitían. No nos merecíamos una cándida y secreta muerte por corte de venas. A cambio había un pedazo de hojalata reluciente fijado con clavos a nuestro armario. En caso de apuro se podía uno mirar allí. Sin reconocerse. Sólo verse lo justo. Y estaba muy bien que uno no se pudiera reconocer. Uno no se hubiese reconocido de ninguna manera”
Obras
completas – Wolfgang
Borchert
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