“no cabía duda de que la muchacha era orgullosa.
Considerando que había hablado demasiado, se encerró de pronto en sí misma y
calló; es más, miró con odio a Velchaninov por haberla hecho hablar tanto.
Hacia el final del trayecto su agitación histérica casi había desaparecido,
pero la muchacha se sumió en un mutismo meditabundo y tenía el aspecto adusto y
sombrío, resueltamente obstinado, de una criatura selvática”
El eterno marido - Fiódor M. Dostoievski
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