“A medida que la nube se empozaba en las trincheras, cientos de hombres se desplomaron convulsionando, ahogándose en sus propias flemas, con mocos amarillos burbujeando en su boca, su piel azulada por la falta de oxígeno. <<Los meteorólogos tenían razón. Era un día hermoso, el sol brillaba. Donde había pasto, resplandecía verde. Debiéramos haber estado yendo a un pícnic, no haciendo la que íbamos a hacer>>, escribió Willi Siebert, uno de los soldados que abrió parte de los seis mil cilindros de gas cloro”
Un verdor terrible - Benjamín Labatut
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