“-
Te quiero- susurró- . Tú no me crees, pero es verdad.
-
Sí que te creo.
Sí,
era cierto. El problema era que la palabra <<amor>> se prestaba a
tantísimas interpretaciones… Podía, perfectamente, no tener nada que ver con la
exaltación, con el lago y los castaños, o con remontar el acantilado al
atardecer, deteniéndose para besarse y admirar el mar malva a sus pies. Oír las
gaviotas. Para otra persona, podía significar un te quiero sin más, eres
encantadora, y muy atractiva, me encanta estar contigo. Nos hacemos felices,
¿verdad que sí, cariño mío?”
A la intemperie. Rosamond Lehmann
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